He salido, como ocurrió en el mes de mayo cuando estuve en el pueblo, a pasear a Laika antes de irnos a dormir. Hoy tenemos media Luna llena, en creciente, por lo que la bóveda celestial está menos ocupada debido a la contaminación lumínica de la reina de la noche. Veo a Júpiter aproximarse al castillo en su deriva, ficticia, hacia el oeste. El Carro, con el tiro dirigiéndose, aparentemente, hacia el sur. La Osa Menor, invariablemente precipitándose hacia el Norte. La Estrella Polar, invisible, inalcanzable, como siempre. Solo yo carezco de derrota premeditada, aunque de derrotas, sé mucho.
Sí,
lamentablemente, hay momentos que parecen refocilarse en triturarte las
entrañas, exprimir tu sangre hasta aproximarte a nada deseables pensamientos.
He tenido tantos y mi cobardía es tan enorme, que no pasan de ser fugaces
compañeros de viaje. Grité con todas mis fuerzas mientras en mi interior
hervían los sentimientos, la letra de la canción de Camilo que hoy hemos visto
repetida una y otra vez en las televisiones. Solo una persona sabía lo que
estaba ocurriendo en mi interior, nadie más se enteró. Lamentablemente, las
maldiciones también suelen acompañar a los deseos más honestos y puros, no soy
un ángel. No dejan de ser un brindis a la Luna, pues la guía de la Osa Menor,
mira siempre a otro lado.
Menos
mal que el amor de mi pekeña Laika, me sirve de freno y consuelo. Por ello te
amo cada día más.
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