Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

domingo, 29 de septiembre de 2019

POESIA DE AMOR

Escucho, al azar, esta canción de Café Quijano y me hace aflorar sueños y pasiones dormidos, que si un día significaron un mundo hoy solo suscitan melancolía por algo que se extinguió. Igual que los dinosaurios. Cuando uno siente que se aproxima el fin y vuelve la vista atrás, o mejor dicho, alguna circunstancia te hace retroceder en el tiempo y los sentimientos, miras con benevolencia situaciones que con menos indulgencia, maldecirías hasta el fin de los tiempos.

Me hallo en soledad espiritual y física, con la única compañía de mi perrita Laika. Si bien me llena, el vacío que nadie puede colmar sigue ahí en pugna por hacerse manifiesto sin importarle lo más mínimo estar en silencio o gritar como un poseso. Desfilan, como fantasmas del pasado, situaciones que desearía hubieran desaparecido bajo miles de toneladas de besos o improperios, pues las repulsas actuales al único que afectan y pillan de lleno son a mí.

La falta de constancia o el desamor de juventud han acarreado una odiosa pescadilla –también pesadilla- de la cual solo me sacará el agua bendita (es un decir y una certeza). Tanto la debilidad espiritual junto con la soledad física, hacen de las suyas. Hay quienes buscan el olvido en el alcohol y otras drogas, mas a mí no me ha dado por ellas; solo me hubiera faltado eso. Tampoco por fundir el sueldo en amores pasajeros.

Qué envidia me dan esas parejas que tras más de cincuenta años de ¿convivencia? siguen tan unidas como el primer día. ¿O solo son apariencias? Sin duda no todo lo que reluce es oro, aunque no hay que ponerlo en duda o cuarentena. Todavía veo llorar a mi madre cuando visitamos la tumba de mi padre. Sesenta y cinco años juntos. Nunca les vi una trifulca como las que me toca sufrir en la actualidad, pero sin duda había un polo con más tirón. Hay que tener poca imaginación para no saber cuál era.

Otras borrascas pasajeras fueron eso, borrascas pasajeras que si bien en su momento tuvieron un significado, desaparecieron bien por falta de interés o sobra de cobardía. Hoy, ya en el umbral del comienzo del fin, no me siento con fuerza ni interés en revivir o dar vida a sentimientos viejos o nuevos. Ese que tanto me ha hecho suspirar sin motivo, no lograría dar vida a una nueva situación; ha caído demasiado óxido en sus goznes. Hasta las estrellas pierden el brillo y mueren. Y ésta nunca logró que acabara un solitario. Mi yo consciente y el inconsciente –ese kabrón, tiene mucho que hacerse perdonar- solo desean pasar página cuanto antes, sin traumas excesivos. Prolongar el suplicio, es una kabronada sin sentido.

Escucho en el ordenata, ahora mientras escribo, muchas canciones de mis tiempos jóvenes, entre ellas alguna de Adamo. Un mechón de tu cabello me trae recuerdos de la pelirroja; Mis manos en tu cintura y Tu nombre, amor irredento. Se dijo que el cantante le dedicaba las canciones a la princesa Paola de Lieja, que sería reina de Bélgica, presuntamente enamorado de ella. Y digo yo ¿Acaso uno no puede enamorarse de amores imposibles, irredentos y que te amargarán la vida? Sí, pero cada día es más difícil pues corres el riesgo de que por amar a una mujer te llamen machista.

Otro día continuaremos.


Y si suena, sueña

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