Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

miércoles, 2 de octubre de 2019

SI LA FLAUTA SUENA

El río agua lleva. Sí, ya sé, no se tiene ni con cola pero nada hay mal dicho sino mal entendido. Ya podemos dar por acabado el verano y el veranillo de san Miguel. Hoy ha cambiado a peor con avaricia; ayer tomamos el sol y la tertulia se prolongó hasta bien entrada la puesta del sol, pero me temo que esta tarde, no habrá tertulia ni con sol, pues carecemos de un lugar que habiendo sol, nos proteja del aire a ratos ventolera.


Sí, septiembre no es que se muera como anunciaba una canción, es que ya la palmó y comienza a oler. Octubre, mes puñetero donde los haya, al fin y al cabo uno al año, no es de fiar.  Cuando éramos colegiales, el día uno se celebraba, al más puro estilo de Corea del Norte y otras democracias avaladas del mundo mundial, el día del tirano. Ignorantes desconocedores de lo que pasaba más allá de Los Vallejuelos, para nosotros, con tal de no tener escuela, hubiéramos celebrado con entusiasmo no uno sino diez aniversarios cada día con tal de tener libre la jornada. 

No era regocijo para nadie asistir a clase y por la tarde, controlábamos por el sol y la sombra que proyectaba a través de una ventana, el tiempo que faltaba para salir de la escuela. Y eso que alguno, en las últimas filas, entretenía el tiempo haciéndose una gayola pendiente del maestro y de algún vecino cotilla y chivato que no hubiera dudado en denunciar al profe la villanía de Carlitos, en tanto que otros más aplicados o más tontos se afanaban en resolver los problemas pendientes.

La feria ya terminó, las golondrinas desaparecieron hace días y si algunas se ven al atardecer en los cables que cruzan las calles, son migratorias que pasan la noche aquí a la espera de un nuevo amanecer. En unos días, los gatos ya no tendrán quien les deje comida, malcriándolos y tornando en perezosos, y habrán de buscarse la vida emboscando a ratones o cualquier cosa que se mueva. Laika volverá a reconocerse con sus vecinos de paseos matinales olvidando que quizá tras o debajo de los contenedores espera un gato agazapado para salir huyendo o plantarle cara y arañarle los bigotes o el lomo si se descuida. Una gata ya lo hizo este verano, pero no olvidamos ni perdonamos y en cuanto la encontremos a solas y sin que nos vean, no cobraremos con creces la ofensa y la afrenta sufrida.

Estamos en el tiempo donde el día mengua y la melancolía aumenta en proporción inversa. Todo se va ralentizando. Los árboles de hoja caduca, con su infalible reloj estacional, no se dejan engañar por unos días que parecen querer despistar. Puede que la temperatura se atempere y contenga, pero la luz solar no se deja embaucar y al segundo marca su presencia diaria, sean los días lobos con piel de cordero o lobos a secas.

No hay color entre la vida en la gran ciudad o en un pueblo de la España vaciada. Los grandes supermercados dan paso al panadero que suena el claxon con estridencia anunciando su presencia. Pero no mayor que cualquier otro que vende frutas y verduras; carnes de diferentes tipos junto con embutidos y yogures; pescado y mariscos; espontáneos anunciando los productos más variados y pintorescos, eso sí, las alcachofas siempre de Tudela, los melones de Tomelloso, los ajos, las cebollas, las olivas y el aceite del bajo Aragón…… Mientras haya vendedores de algo, estos pueblos subsistirán aunque sea agónicamente hasta el verano que viene. Si dejan de venir, estarán irremisiblemente muertos.

La casta de descastados que engordan con nuestros impuestos, dicen que no duermen pensando en nosotros, no porque el colchón sea una alfombra de faquir sino por el desvelo que sienten. Taimados traidores, a una piscina olímpica llena de cucudrulos los enviaría yo. Hasta que aprendieran a ganarse el sueldo con honestidad ganando el pan con el sudor de su frente, no con el de los demás.

Y si suena, sueña

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