Daniel el Mochuelo, se resiste a abandonar
la vida comunitaria de la pequeña villa para integrarse en el rebaño de la gran
ciudad; ha vivido su niñez sin competencia hogareña ni ataduras con las labores
del campo y le causa tristeza y melancolía desprenderse de todo cuanto ha disfrutado
hasta entonces.
En otros lares, lo contrario a lo sucedido a Juanito el Chorlito, perseguidor de quimeras y menos aplicado; sin esperanza de salir del pueblo, salvo si marchaba al seminario.
Las dos entradas, basadas en El Camino, de Miguel Delibes, participan en un concurso. Hace años que leí el libro.
Y si suena, sueña
En otros lares, lo contrario a lo sucedido a Juanito el Chorlito, perseguidor de quimeras y menos aplicado; sin esperanza de salir del pueblo, salvo si marchaba al seminario.
Juanito, con una infancia parecida a
Daniel, de una forma inesperada para él, hubo de afrontar el hecho de pasar de
ser el rey de la casa y zascandil, a hacer de niñera o salir al campo con mayor
frecuencia según aumentaban sus años.
Chesús el Chusma y Juanito el Chorlito, al
igual que Daniel y Roque el Moñigo, eran inseparables de correrías y rastros.
Con razón o sin ella, todos los desmanes ocurridos en el pueblo les eran
adjudicados. Desde robarle los huevos de gallina a la tía Pascualina, hasta el
más tremebundo, y por desgracia cierto, cual fue asaltar las vueltas de la nave
de la iglesia para robar los pichones de las palomas. El señor cura que los
barruntó, los dejó encerrados y en respuesta y venganza, entrada la noche
tocaron las campanas a fuego y después a muertos, con el correspondiente susto
y posterior cabreo de todo el vecindario.
No cabía la posibilidad de que Juanito
fuera a estudiar a la ciudad para “ser un hombre de provecho”, pero su interés
por el campo era nulo. No tenía alma de labrador a pesar de que tuvo que asumir
las labores que su padre, fogonero en el tren minero, no podía realizar por
razones obvias. Así que acabada la enseñanza obligatoria, e incluso antes,
pastor ocasional y labrador cuando tocaba.
El Destino, a veces cruel, marcaría el final de aquella vida bucólica.
Un día que Juanito había ido a labrar, la rueda del apero de labranza, rusal,
toco la pata del mulo de su tío. Él, intentó que se detuvieran pero no los pudo
alcanzar. A la entrada del pueblo pasaron por encima de un montón de estiércol
y el rusal volteó cortando la pata al mulo de su padre.
Tenía Juanito, 16 años.
Las dos entradas, basadas en El Camino, de Miguel Delibes, participan en un concurso. Hace años que leí el libro.
Y si suena, sueña
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