Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

lunes, 7 de enero de 2019

RESACÓN

Filomeno, se levantó aquella mañana presa de grandes ímpetus. Comenzó a revolver el tropel de papeles acumulados sobre la mesa del ordenador en busca de la directriz que estaba seguro haber dejado lista para comenzar al año siguiente. Toda la parafernalia inherente a la celebración de la medianoche anterior, yacía esparcida por todos los rincones de la habitación. En ese momento, el reloj de cuco, el de péndulo, el de sol, y el del cercano ayuntamiento con su campana, al unísono anunciaron que era la una. ¡Joder, qué tarde se me ha hecho! Y Filo, para los amigos, sin dudarlo se envolvió entre las sábanas en busca del amanecer.  La ventana, discreta, permaneció con la hoja casi cerrada para evitar que los rayos de sol penetraran impertinentes, pues la niebla, estaba despejando. Al reloj de arena, se le habían pegado las sábanas; al carrillón del piso del 3º A, todavía le duraba el estrés de la pasada noche, las bolas, se habían gripado.