Son las once y media de la noche. Salgo
a dar una vuelta con mi perrita Laika para que haga sus cosas antes de irnos a
la cama. El silencio campa a sus anchas. Las estrellas son dueñas absolutas de
un cielo negro y despejado. Puedo ver la
Osa Mayor (El Carro), las Tres Marías, Las Cabrillas, la constelación de
Escorpión, la Osa Menor y aguzando la vista, la Estrella Polar, como
precipitándose hacia el horizonte. Cruzando el cielo de Este-Oeste, escorada
hacia el Sur, la Vía Láctea. Y miles y miles de estrellas titilantes que nos
hacen recordar que no somos nada, a pesar de creernos el ombligo del Universo. Alguna
estrella fugaz, por algo tienen ese nombre, no me da tiempo a formular un deseo
según reza la fantasía.