Compadres y compadresas, confieso con soberbia, la humildad
queda para los débiles, que somos, no lo diré con sus letras pero son ustedes y
ustedas sumamente inteligentes para entender –no tienen por qué asumir mis
derroteros- lo que deseo expresar y dejo traslucir entre etéreas líneas.
Me acabo de comprar el libro de Julio Cortázar, Rayuela. Lo he iniciado y ya me ha desmoralizado. Emplea tal cantidad de vocabulario, palabros incomprensibles a veces, que casi resulta imposible seguir la narración. Y si dicen que todas las comparaciones son odiosas, esta no solo es odiosa para mí además de abominable; no hay derecho.
Dedicado a las/los participantes de Café Literautas
Me acabo de comprar el libro de Julio Cortázar, Rayuela. Lo he iniciado y ya me ha desmoralizado. Emplea tal cantidad de vocabulario, palabros incomprensibles a veces, que casi resulta imposible seguir la narración. Y si dicen que todas las comparaciones son odiosas, esta no solo es odiosa para mí además de abominable; no hay derecho.
Pero no nos desanimemos a la primera. Él era hijo de papá,
fue a buenos colegios y tuvo la oportunidad de viajar a París y por toda
Europa, cuando nosotros, hablo por mí, fuimos el desecho de la sociedad que
malvivía en el campo y no es que aprendiéramos las cuatro reglas: solo
conocíamos la que el maestro empleaba para intentar enderezar los adoquines que
en los días en que era imposible salir al campo, de pastor o a cualquier otra
actividad, recibía en su escuela. A lo más que llegamos fue a contar las
manzanas o las peras que habíamos hurtado, robado, en el frutal que más a mano
teníamos, incluso cuando esa fruta no alcanzaba a ser denominada como tal. El
resto del tiempo, cuando los frutales se negaban a ser eso, frutales, nos las
arreglábamos para continuar con nuestra actividad depredadora.
¿Qué podemos espera de una troupe de desertores del arado o
de cualquier otra actividad por muy bucólica que fuera? Era argentino, lo cual
no es bueno ni malo sino todo lo contrario, como podía haber sido chileno o uruguayo.
Hasta norteamericano, que alguno bueno ha debido haber. Incluso a los que
teníamos más a mano París o Berlín, nos estaba vetado ser habitante habitual de
ambas urbes, nos faltaba de todo: en primer lugar, el visado. Solo tuvimos,
tuvieron, la oportunidad de sentirse parisinos o berlineses, aquellos parias
que previo contrato de trabajo como emigrante, se sintió capaz o con ánimos
para enfrentarse a un mundo en el que él/ella/ellas/ellos, serían el último
mono y al estilo de las pelis de blancos y negros, lo más que les estaría
permitido decir sería “oui bwana” “ja bwana”, a pesar de que cuando volvieran a sus lares,
lo harían presumiendo de coche, alquilado, y ropas caras, Esto último porque
cualquier cosa que sobresaliera de la boina, ya llamaría la atención. Y así, no
hay color, eso es jugar con ventaja, con premeditación, alevosía, nocturnidad y
desprecio de sexo (cada cual que añada cuanto desee).
¿Pero cómo se puede escribir un libro que empieza por el
capítulo setenta y tres y luego continúa a salto de mata sin orden no control?
Aun dicen…. Yo no reniego de su inteligencia, todo lo contrario, abomino de la
mía, incapaz de saber jugar al ajedrez leyendo un libro y mucho menos sobre un
tablero. A pesar de todo yo me consuelo, no necesito escribir para ganarme el cuscurro
o para ser propuesto a nada; mi ego ¿eso qué es? hace tiempo me abandonó el muy
cabrito y me da lo mismo ciento que ochenta.
Resumiendo, compadresas y compadres, no pretendo aguarles la
fiesta a ninguna/o de ustedes, todo lo contrario. Les animo a que sigan
escribiendo sobre cualquier vaina que les venga a la mente sin preocuparles lo
que las reglas de unos tipos adocenados, petimetres y pagados de sí mismos
puedan decidir en Madrid o en cualquier otra capital americana. Eso sí, un
consejo: no se me hagan ilusiones, nuestra literatura nos abandonó mucho antes
de que eligiéramos este camino como mera diversión e incluso como oficio para
salir del hoyo. Si fue así, equivocaron el camino: el fútbol les hubiera
conducido a la gloria y a la pasta y puede que a mear coca tocados por la mano
de dios.
"Siempre que vuelves a casa, me pillas en la cocina, embadurnada de harina, con las manos en la masa..." Para pillarlo a uno con "las manos en la masa", nada mejor que
un programa de mujeres que se llamaba así. Presentadora: Elena Santonja. Y que
nadie se me encabrite, yo fui cocinero antes que fraile.
Dedicado a las/los participantes de Café Literautas
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