El confinamiento, a quienes lo hemos sufrido en aras de
intentar frenar la propagación de la epidemia, nos ha servido para vivir
momentos de emoción y también de amargura al no poder acompañar a los
familiares caídos. Las restricciones nos obligaban a no salir de casa excepto
casos extremos.
Una vez levantada la tarjadera al libre movimiento, llegó la
hora de demostrar lo buenos ciudadanos que somos. Y lo hemos demostrado
asaltando las terrazas de los bares cual si se acercara el juicio final;
organizando fiestas incontroladas; botellones por doquier, hasta conseguir unas
cifras de contagios superiores a las que nos impusieron el toque de queda.
Hemos visto televisión, cómo no, pero en mi caso las series
y los chous vomitivos, no los veo. Ver a una pandilla de ignorantes, de
degenerados o de buitres carroñeros, no me ha interesado nunca; pero esas
gentes no existirían, si no hubiera nadie contemplando la mierda que expelen. La
escritura, ya quedó en segundo plano, cumplió con creces cuanto de ella
esperaba.
Descubrí en YouTube videos de cantantes y sus orquestas que
me gustaron y los dejé descargados en mi blog. Y la curiosidad me picó cuando
visitando a mi cuñado convaleciente de una operación, alardeó de que él veía todas
las pelis que quería gratis. Como nadie da nada por el morro, pregunté a su
hijo y me contó el truco: quien pagaba era él, o sea, no era gratis.
Había que darse de alta en Netflix para tener todo ese lujo
de videoteca. Y me di de alta un mes, allá por junio. Poco aficionado a las
series, primero vi alguna peli, entre ellas “Los dos papas”, que me gustó. Mi
hija me recomendó la “Casa de papel”, que dejé de ver al observar las
contradicciones del guión y la imposibilidad de su desarrollo tal y como está planteado.
También movió mi curiosidad The Crown, serie sobre la
monarquía inglesa que arranca con la renuncia de Eduardo VIII y la boda de Isabel
II con Felipe, duque de Edimburgo (de infancia nada afortunada, su estrella
cambió con el noviazgo y la boda). Confieso que me ha merecido más atención,
pues como han sido personajes no inventados sino históricos, aunque fuera de
oídas o de leídas, los conocía a todos.
Reconozco que me causó un trauma televisivo el cambio de actriz
de la reina Isabel. De joven inexperta, y sobre todo joven, pasar de un capítulo
a otro a una mujer ya madura tuvo su cosa. Y no solo ella, cambiaron todos los
personajes de la cabecera. Sin duda los parecidos físicos de las actrices con
la reina, son elocuentes. La actriz que da vida a la princesa Margarita en la
primera parte, es muy bella, tiene unos ojos preciosos. No así la segunda. Por
cierto que la pintan pelín casquivana. Pero es cine.
Los personajes que se van sucediendo, la mayoría permanecen
en mi memoria. Los primeros ministros y los miembros de la casa real, lo mismo.
Lo visto hasta de ahora, me ha entretenido aunque los dos últimos episodios he
pasado varias pantallas sin ver, carecían de interés. Su hijo Carlos, príncipe
de Gales, aparece poco, aunque en lo último que he visto ya está encamado con
Camila. Según lo cuentan, ella iba de cama en cama con lo cual Carlitos se
quedó a dos velas pues su familia la vetó, aunque no impediría que años más
tarde, y esto todavía no lo han contado, se encamaran definitivamente y se casaran.
Lo último que he visto ha sido la muerte del duque de
Windsor en París. Le cerraron con un candado, imposible de abrir, toda opción
de reconocer a su mujer como Alteza Real y solo volvió a Inglaterra, muerto. El
tío de Felipe, lord Mountbatten, sale mucho, incluso intentó dar un golpe de
estado inducido por los banqueros cuando era primer ministro Harold Wilson.
Pero más tarde, el IRA irlandés, lo asesinó en un sangriento atentado.
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