Mis noches están dominadas por sueños que en su mayoría son, sin sentido ni tres ni revés. Incluso algunos de ellos inconfesables y tan alejados de la realidad, que a veces pienso si no tenemos en nuestro interior a alguien extraño que vive su vida cuando nosotros, sus portadores, estamos inconscientes.
El primero de estos sueños son las tormentas en sus más variadas versiones. De por sí, siempre me han dado miedo y esto lo achaco a circunstancias vividas y sobre todo, al miedo que mi madre me transmitía cuando, estando en casa y habiendo tormenta con gran aparato de rayos y truenos, siempre buscaba la oscuridad de la casa, lejos de las chimeneas y de las ventanas. Cierto era que esas aperturas al exterior estaban más expuestas a ser alcanzadas por un rayo.
Viví alguna tormenta siendo un niño en el campo. Una vez estaban segando mi madre y los abuelos en los Villares y me habían llevado con ellos, sería que no tenían con quien dejarme a su cargo, y cayó una tronada de las de antes, horas dale que te pego. Pedregada incluida al abrigo de las piedras. Para volver al pueblo, vía de tren adelante buscando los chozos de la brigada de mantenimiento. La que cayó. Y esperando pasara el tren en el chozo del paso san Ginés, para entregarle a mi padre la comida, cayó un rayo sobre un poste del teléfono del ferrocarril a cincuenta metros escasos de nosotros, mi madre y yo. Un sonido seco que te deja la sangre helada con una explosión atronadora para recuperar la respiración. Acojona.
El segundo, es algo que tengo grabado a fuego en mi mente que sin embargo despierto no me impide soslayarlo. En ese sueño, siempre busco a la misma persona y nunca la encuentro; si consigo verla, se muestra indiferente, me ignora. Lo considero una cabronada porque hace sufrir a mi alma a pesar de los insultos que le dedico al despertar. Es como una garrapata agarrada a mi corazón y mi mente subconsciente.
El tercero, todavía me cabrea más. Mis sueños vuelven una y otra vez al trabajo. En ocasiones, aun estando dormido, razono y me digo que hace tiempo estoy jubilado. No pasan en balde los años vividos en la misma ni los sinsabores que me tocó sufrir. Estos hicieron mucha mella en mi ser. Me sentí marginado desde el primer día aunque alguna vez razono que algo de culpa tendría yo. No me dejé doblegar ante gente que no consideré superior a mí en nada, ni personal ni técnicamente. Y claro, algún precio tenía que pagar.
Ni me doblaron, ni me doblegaron ni me lograron domesticar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario