Siempre se me atragantaron las razones o funciones trigonométricas
del triángulo rectángulo. Teorema de Pitágoras lo llamaban cuando intentaban
quitarme las telarañas del cerebro cosa que, faltaría más, nunca lograron pues
yo era muy mío. No me dejaba quitar nada y mucho menos iba a abrir la boca
cuando el practicante o el médico, cuchara en mano, pretendían les dejara vía
libre para vaciarme la garganta. Luego, años más tarde, comprendí que lo único
que pretendían era explorar mis anginas, no dejarme la boca sin dientes.