Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

jueves, 22 de abril de 2021

COBARDIA

Dicen que la historia la escriben los vencedores, seguramente a corto plazo es verdad. También creo haber leído que la escriben los valientes y ahí ya no estoy tan de acuerdo. La historia personal de cada individuo, de cada pueblo, está jalonada de valentías y cobardías. Cuántas veces no habremos cometido hechos que solamente pueden definirse como descabellados y por tanto, carentes de valentía. Osadía a raudales, temeridad, imprudencia...

Pero la historia se recuerda y desarrolla, mal que nos pese, también con los momentos de cobardía que jalonan nuestra existencia y que, en mi nada ecuánime opinión, son los más. Como es natural, la intrahistoria de los acontecimientos ajenos, en tanto no me afecten, me la suda, me trae sin cuidado. Tampoco voy a ser tan canelo como para divulgar aquí, urbi et orbe, mis pecados y actos de contrición.

Puedo decir que, genéricamente, mi vida está llena de cobardías a diario, de aprensión, vergüenza, inseguridad, indecisión... aunque considero una valentía, y esto lo hacemos la inmensa mayoría de los humanos, sacar adelante una familia aunque eso haya supuesto jalonar diariamente nuestra existencia de torpezas, negaciones e inhibiciones.

Reconozco sin rubor que soy un cobarde. Ello ha permitido vivir a una pléyade de hijos de puta. De haber sido un valiente irreflexivo, hoy no estaría escribiendo estas líneas que no son sino expresión de impotencia, en resumen, de cobardía. 

La misma que me ha impedido en el pasado ser un osado que persiguiera sus impulsos a despecho de sus obligaciones más perentorias. La similar que me impide hace mucho tiempo ser ¿libre? de ataduras que me asfixian, reflejo de otras simétricas que me devolvían idéntica imagen. Por eso, no me libraré estando en la cama del último recuerdo diario que solo los cobardes rendimos a nuestro miedo.

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