En el pueblo de mi santa, en el cementerio, hay en un nicho una lápida mortuoria que reza así:
Por la calle abajo va
un ratón haciendo el cojo,
que ha venido de segar
con una raspa en el ojo.
He de decir que, cuando la leí, me causó una cierta emoción pues las dedicatorias en estos lugares no son proclives a expresar sentimientos más allá del clásico “no te olvidan”. Y como todo, o casi en esta vida, tiene su historia. El finado, que aguardaba allí reposando de sus penurias mundanas el fin de los tiempos prometido, en vida enseñó a un nieto tal poesía o acontecimiento. En el pueblo, les llaman “ratones” a toda esa familia añadiendo otra muletilla identificativa: “Todos los ratones, son Pardos”. Un cúmulo de similitudes y coincidencias. Son ratones de mote, Pardos, de apellido. Pues el nieto, al ausentarse el abuelo, en una prueba de amor sublime, EMDO, no tuvo mejor ocurrencia aun en contra de algunos familiares, que dejarle ese recuerdo póstumo, y que esos familiares, ahítos de prejuicios y falso amor, consideraron un sacrilegio presos “del qué dirán”. Conmigo no podrán realizar esa “afrenta”. Tengo dicho que en el cerro de mi pueblo, san Ginés, a más de mil seiscientos metros de altura, en lo alto del torreón centenario, dejen mis cenizas para que el aire, la ventolera, poco a poco me vaya elevando y dominar así, en una venganza contra el vértigo que me ha dominado en vida, poder, como Serrat, tener buena vista y dar vida a los pinos y estepas en el supuesto de caer a tierra, y en caso contrario, cabalgar los cumulonimbos que se elevan desafiantes a taitantos miles de metros de altura.
Volviendo a las raspas, no era extraño que algún segador tuviera la desgracia de acabar con alguna raspa de espiga clavada en un ojo. Como diría mi madre, al que cierne y masa, de todo le pasa. A ella no fue una raspa, sino una espina, pincha, de un cardo que se le introdujo entre la yema y la uña del dedo corazón de la mano derecha. Mal lo tuvo que pasar cuando el médico se la extrajo. Tuvo que hacerle una incisión y en aquellos tiempos, la única anestesia que existía era un palo entre los dientes. O en el cogote. El resultado fue que nunca podría haber sido modelo de pintura de uñas.
Estamos viviendo un periodo muy convulso y revuelto. Tenemos gentes que llevan unos tablones en los ojos enormes, y sin embargo se jactan de ver las motas en los ojos de los demás. Ciegos que pretenden guiar a la sociedad y que solo nos van a conducir al precipicio.
Mientras “maduro” este panfleto literario, estoy pendiente de las raspas, no de las espigas, sino del pescado que hoy he preparado para comer. En este caso, mi vista está en mi lengua que explora cada brizna de la dorada que me llevo a la boca. Que por cierto no había preparado nunca pero me ha salido bastante aceptable. Una dorada por cabeza. Un lecho de patata cortada en rodajas, unos aros de cebolla cortada en juliana, unas rodajas de tomate, dos ajos y dos trozos de pimiento rojo que había por la nevera. Con su sal correspondiente, no me gusta la pimienta, y un chorrito de agua en el fondo de la fuente. Regado con aceite virgen de oliva y al horno a doscientos grados. Cuando el agua comienza a hervir, bajo el horno a ciento ochenta grados. A la media hora, pongo las doradas previamente sazonadas sobre la cama de patata y las riego con una chorradita de aceite. Como están enteras, con espina, tras veinticinco minutos las riego con cava que tenía abierto, vino blanco es suficiente pero a nadie le amarga un dulce.
Y LA
VIGA, EN EL PROPIO.
Pues sí. Con un descaro tremendo, cual abuelo Cebolleta, me embarco en un
cuento sin pie ni cabeza, aunque soy benevolente conmigo mismo. La mota que
alguna vez nos ha dejado ciegos a la mayoría que hemos tenido que soportar las
ventoleras en parajes con tierra fina o arena, no tiene nada que ver con el castillo
del mismo nombre. Una mota, en el campo, era un punto lejano que los labradores
tomaban como referencia para labrar surcos rectos. En general, una referencia
visual. En el caso del famoso castillo, una colina
Estaba intentando pergeñar un relato para un concurso pero no me sale. Y como entretener a los demás no es mi fuerte ni mi objetivo, me la envaino, no lo envío y lo traslado al blog.
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