Fui cocinero en mi juventud y considero más satisfactorio el dar de comer al hambriento que satisfacer la banalidad de las clases pudientes. Una paella, por decir algo, afortunadamente escapa a ese ego de la innovación. Se sabe hacer o no, no hay medias tintas ni atajos. Me llevaron a comer el día del Pilar a un restaurante a las orillas del Ebro, frente al Pilar, y aquello, la verdad, puede satisfacer al constructor pero no al comensal a menos que se crea que el rey está desnudo.