SUEÑOS Y QUIMERAS DE UN DESERTOR DEL ARADO.
Tras la inauguración ayer, hemos seguido habitando la nueva casa. He llegado a una conclusión: la casa es mía, pero no es mi casa. Por supuesto la culpa es mía, por veleta y botarate. ¡Ay!, y mis hijas creen que yo soy el dueño de Zara.